Juego de platillos
Cuando yo tenía dos meses, mi papá le golpeó fuertemente la puerta en la cara de mi mamá. No era la primera vez, pero sí fue la última vez que él cerró la puerta de esta manera. Nos dejó a todos allí solitos. Después nunca más nos dio señal de vida, ni nos contó nada de su vida. Nunca nos mandó un peso – y así mi mamá se quedó botada, boquiabierta, con el pelo sin peinar y los hombros ardiendo de cansancio. El trapo lo mantenía en la mano izquierda, y la niña pequeña que todavía usaba pañales, se encontraba en su brazo derecho. La niña con pañales se llamaba Loreta, y ese bebé era yo. Dos otros niños corrían en medio de sus piernas, mientras mi hermana mayor había encontrado un lugar pegada a la chimenea y a las ollas ya antes de que el sonido de las pisadas de mi papá había desaparecido. Mi hermana tenía solamente unos años más que yo, pero ya tenía experiencia sobre la vida – y las lecciones de la vida le habían mostrado que hay que tomar los tiempos como vengan.
Mi mamá deseaba ser madre para todos sus cuatro hijos, pero después de dos meses de lucha y cansancio, reconoció que la venta en la calle – de rosas, hierbas, galletas y especias – simplemente no le alcanzaba para llenar cuatro bocas hambrientas.
Tiene que haber sido un día fatal para ella cuando se despidió de sus cuatro críos que ella había tenido en su interior; les había dado de su calor, su amor, su leche y había cantado para ellos – hasta ahora. Ya no podía más. Se quedó allí sola con sus desafíos y su lucha de vida – con la misma expresión en la cara como cuando la dejó mi padre. El pelo estaba hasta un poco más desordenado que antes. Nos dejó con nuestra abuela para que ella fuera la persona que nos criara.
Mi abuela tenía el pelo negro como el ébano, pero para mí se veía como si tuviera unos doscientos años. Su pelo siempre estaba amarrado como si tuviera una corona en su cabeza – una corona de espinas. Siempre sabíamos cuando la abuela estaba cerca, porque siempre llevaba sus llaves consigo en un llavero amarrado en su cinturón. Así las llaves siempre estaban colgando, saltando para todos lados cerca de sus caderas. Había un montón de llaves. Mi abuela cerraba con llave todo lo que se podía cerrar. Puso llave en todo: en cajas, latas, baúles, cajones y cuadernos. Si hubiese sido posible, hubiese puesto una llave enorme justo frente de su corazón – y lo hubiese cerrado con doble cierre. Mi abuela sonaba fuerte con sus llaves cuando caminaba en la casa, y eso lo hacía sin pausa. Nunca descansaba. El tintineo monótono de las llaves fue un elemento constante en mi vida como pequeñita. Sus sonidos brutos nos dieron la orden – sin palabras – sobre dónde estaba nuestro lugar en la casa y en la vida.
Ella nos lavaba nuestra ropa y nos dio comida caliente. El resto tendríamos que lograr por nuestra propia cuenta. La gran parte del tiempo representábamos una molestía, ocupando justo el espacio que ella quería ocupar. Si por mala suerte nos tocó impedirle cruzar de una pieza a otra, le tomó pocos segundos en echarnos llenos de blasfemiasy palabrotas. ¿De dónde salió esa rabia hiriente de mi abuela? Se le escapaba humo agresivo por cada cosa pequeña que hicimos mal en sus ojos. Si nosotros pusiéramos una cuchara en un cajón equivocado, se puso furiosa, y se veía como si estuviera vomitando lava ardiente y chispeante. Al final, cuando estaba en su peor estado, estaba tan enojada y rabiosa que entendimos que realmente nosotros no podíamos ser la razón de emociones tan fuertes. Maldecía a su origen y el día en que su padre llegó a nacer. Le salía espuma de la boca cuando mencionaba los nombres de los hombres que había conocido en su vida, los hombres que le habían dejado sola, que le habían abandonado – y el resto que le había sacado la cresta y cosas peores. Logré entender que la injusticia de la vida, el sufrimiento y la amargura, casi como una ley de la vida busca su camino para encontrar una salida cualquiera.
A pesar del lenguaje agresivo de mi abuela y, a veces, su mano firme, los años en la casa de mi abuela están envueltos en buenas memorias también. Eso se debe únicamente a mi hermana. Mi hermana ha sido mi sol y mi luna, mi leche y mi miel, mi consuelo y mi descanso durante todo el camino difícil que he cruzado. Mientras ella misma era una niña, me mostró el cariño de una madre. Cuando me tropezaba y me caía, me ayudaba a levantarme. Cuando lloraba y tenía frío, era ella que me daba calor y nuevo coraje. A pesar de todas las tormentas, bajones y bofetadas de la vida, mi hermana estaba a mi lado – y su fuerza resultó ser mi protección. Su coraje fue mi salvación. Cuando las llaves de mi abuela estaban sonando muy fuerte, la canción de mi hermana sonaba más fuerte. Cuando la rabia de mi abuela alcanzaba nuevas alturas, los ojos de mi hermana eran más cálidos que la mirada volcánica de mi abuela. Cuando yo extrañaba mucho a mi mamá, ella me tomaba en brazos y me afirmaba fuerte. Cuando yo quería saber por qué nuestro padre nunca más volvió, me tomaba aún más cerca y me contaba una aventura de princesas y príncipes y de reinos remotos. Cada vez logró sacar mis pensamientos negativos – y me llevó a sentir ideas que me levantaron y que me dieron fuerza nueva.
Así vivía hasta que pasó lo inevitable. Mi hermana se encontró con un jovencito que fue su novio. Lo sentí como que si una piedra enorme se hubiese caído encima de mi estómago. La energía de la vida se me escapó. Mi hermana ya no estaba conmigo. Por las tardes mi hermana estaba sentada en el muro afuera de la casa de mi abuela, esperando a su joven. Hablaban en códigos y a través de señales que eran comprensibles sólo para los enamorados. Mi abuela naturalmente no quería aceptar amor en ciernes debajo de su techo, y por primera vez en mi vida estaba yo de acuerdo con ella. El cariño de mi hermana y su afecto ya no era para mí sola. Tenía que hacer competencia con el joven – y muchas veces yo salí perdedora en el juego. El caballero jovencito, su escogido, le hizo arder sus mejillas y brillar su piel. La mirada de mi hermana me parecía muy lejana y estaba sorda en los dos oídos.
Los dos jóvenes se encontraban en el muro afuera de la casa, justo al lado del arbusto de rosas, debajo de un viejo olivo. Escondidos por el follaje y por las rosas, mi hermana y su novio podían pasar horas juntos – mientras a mi me tocó estar con mi abuela. El tintineo de las llaves casi me quería hacer volver loca. En una edad de nueve años, pensaba ya cosas oscuras y lúgubres que no pertenecen para nada en la cabeza de una niñita. Me senté en un rincón oscuro para no molestar. Sentí las tripas dándose vueltas en el estómago. Soñaba de un vaso con leche y una galletita; me llegaron fantasías sobre el pelo de mi hermana y su risa juguetona. Cerraba los ojos y me imaginaba que mi hermana se acercaba a mí y que me dio cosquillas por todos lados – pero cuando abrí mis ojos vi sólo a la mirada fea e interrogativa de mi abuela. En voz estricta me dijo:
– ¿Qué te pasa, hija? A pesar de que te doy todo lo que necesitas en la vida, estás allí escondida
en un rincón como un perro golpeado, muerto de miedo. Me hace sentir de mal humor tener a una niña con ojos tan miedosos en el cuarto. ¡Anda a otro lado! ¡No me molestes más! Tengo lo suficiente con lo mío, ¿no lo ves?
Las palabras de mi abuelita eran como pequeños golpes contra mi piel, y salí corriendo del escondite – hacia el entretecho, lo más lejos posible de ella. Como yo lo recuerdo hoy, estaba acostada, calladita, esperando así, por varios meses … No me recuerdo mucho de ese tiempo de mi vida y hasta el día cuando mi hermana se casó. Pero cuando mi hermana estaba de novia – joven, bella y enamorada – mi situación se cambió de nuevo. El día después de la boda, mi hermana entró a la casa de mi abuelita, vuelta loca de alegría, gritándome: ¡Venga! ¡Vamos! ¡Ahora vamos a salir de todo esto! ¡Tú vas a estar conmigo desde el día de hoy!
Mi corazón palpitaba – tanto de miedo como de alegría a la vez. El temor por lo desconocido y la vida afuera, me pegó fuerte. El mundo que conocía eran las murallas oscuras de mi abuela, su voz fuerte y dura y sus porciones exactísimas. Era una niña asustada. Con ojos llenos de escepticismo y angustia miraba a mi hermana, como una presa en la cárcel que tiene miedo de salir cuando de repente le sale la ocasión de estar libre. ¿Adónde ibamos a ir? ¿Quién nos iba a cuidar? Mi hermana no me dio tiempo para hacer más preguntas, porque prácticamente salimos corriendo de nuestro hogar de infancia en común – y hacia lo que iba a ser nuestro nuevo hogar.
La casa de mi hermana era pequeña y bastante vacía – pero para mí esa casa era la casa más bonita que había visto en mi vida. Las murallas no tenían pintura ni nada, pero mi hermana y yo pintamos rosas pequeñas, estrellas y soles como decoración en su nido de amor. Me dejó dormir en un colchón en el suelo al lado de ella y de su esposo. Eso me hizo sentir como una princesa afortunada acostada en una cama enorme. Disfruté la presencia de mi hermana, y esperaba que nunca más nos ibamos a separar. El aliento de mi hermana y su risa me dio la tranquilidad que necesitaba. Empecé nuevamente a jugar.
Un ida, cuando mi hermana llegó a casa después de haber comprado verduras en el mercado, me trajo un regalo para mí en una bolsa plástica vieja. Era un juego de platillos pequeños – con platos, platillos y tacitas. También tenía una jarra – y todo con dibujos deflores, rosas finas y casitas azules en un bosque. Con manos hasta temblando, recibí la sorpresa que iba a marcar una diferencia en el camino de mi infancia. A través del juego que inventé con estas tacitas y estos platillos, encontré la calma. En mi interior empecé a crear y nombrar a personas que bebían de las tazas y comían de los platillos. Las personas eran tanto una madre como un padre – y estas dos personas naturalmente tenían hijos, y los hijos tenían abuelos. Estos abuelos no tenían una relación tensa con llaves. No existían llaves en esta familia. Así se revelaba un mundo en harmonía completa a través de las comidas que disfrutaba esta familia en conjunto todos los días. Conversaban mucho entre ellos y mostraban mucho cariño y amor el uno por el otro. Mientras bebían y comían, solucionaron todos sus problemas e hicieron planes para el día siguiente. Con tanta felicidad familiar en mi mente, empecé hasta a soñar sobre una felicidad propia entre yo, mi hermana y su esposo. Mientras mirábamos la tele comiendo palomitas con miel, empecé a creer que era posible sentirse feliz – profundamente feliz. Pero estos sentimientos se mostraron como falsos. Entendí que todo era una ilusión inventada por una niña pobre y desesperada – y eso entendí cuando nacieron los gemelos de mi hermana. Con la llegada de dos niños mucho más pequeños que yo, entendí que el mundo y la vida no tiene nada que ver con los sueños.
Con los dos pequeñínes en nuestra vida, todo se puso más duro. Mi hermana tenía que salir a trabajar en la calle dos semanas después del parto, vendiendo rosas e hierbas – igual que mi mamá. Entonces, pues, fui yo quién tenía que cuidar a los nenes. Había además una cosita curiosa que pasaba en nuestra vida: mi hermana parecía cada día más a mi mamá – y el esposo de mi hermana parecía cada día más a mi papá … Y yo, en vez de correr en las calles mojadas después de la lluvia y aprender a escribir y leer en la escuela, tenía que quedarme en casa para dar comida a los pequeños críos que necesitaban a alguien cerca a cada rato. Tenía que cambiarles los pañales, consolarles, bañarlos y acostarlos. Yo era todavía una niña, pero a pesar de esto yo ya era suficientemente grande como para entender las cosas básicas en la vida de los pobres. Pero de todas maneras no olvidé completamente mi juego … Cuando algunas raras veces tenía unos momentos para mí sola, saqué mis tazas y mis platillos … Milagrosamente la familia que ya conocía bien (los niños, los padres y los abuelos) había tenido dos miembros nuevos, y estos miembros de la familia eran justamente unos gemelos muy pequeños, muy dulces y muy queridos …
Los gemelos crecieron, y yo también crecí un poco más. Un día todo se puso diferente de nuevo. Nuestra madre, que había tenido que dejarnos con nuestra abuela cuando eramos chiquitos, había por fin conseguido un trabajo mejor, un trabajo un poco más digno y con un sueldo que no varía tanto de un mes a otro. Su nueva situación hizo que podía vivir parte del tiempo con mi hermana – y parte del tiempo con mi mamá. Tenía que ser “mamá” algunos días – y podía ser “niña pequeña” otros días.
Mi vida hasta entonces había pertenecido al reino de las mujeres. Todas las personas importantes en mi vida habían sido mujeres. El apoyo y el castigo, que eran factores constantes en mi vida, siempre llegaban de mujeres. Los hombres no estaban presentes; siempre tenían un rol segundo: nunca en el hogar, pero igual como sombras amenazadoras. Cuando yo – un día increíble en mi vida adolescente – en mi camino por casulidad me topé con mi futuro esposo – no tenía idea de que los hombres también podían ser buenos, tener buenas intenciones y ganas de apoyar de todo corazón. Era un choque fundamental en mi vida cuando me encontré con Erik – un noruego barbudo, cariñoso, muy enganchado por la lucha del medio ambiente y el sostenimiento del cocodrilo – y también loco para manejar moto en el desierto.
Erik era noruego. Yo no sabía nada de Noruega. Pensé que era una ciudad remota llena de osos polares, iglúes y esquimales. Pensé que casi no había infraestructura, porque, ¿cómo podría sobrevivir la gente con tanto frío? Mi mundo de fantasía e ideas tenía que desmontarse – y construirse de nuevo. Tenía que aprender muchas cosas nuevas, tanto sobre personas y lugares como hombres. Sin tener ni la más mínima idea sobre la vida que me esperaba, seguí a a mi hombre a su país para casarme allá. Sentí que amaba a mi esposo, pero a la vez estaba muy insegura sobre qué significaba amar a un hombre. Las relaciones que yo hasta ese momento en mi vida había visto, no eran modelos para seguir. Hasta ese punto los hombres habían existido sólo para obedecerlos y respetarlos (involuntariamente) – pero, ¿eso de amarlos? ¿Cómo se hacía eso?
Aprendí cosas maravillosas en el nuevo país. El país no estaba cubierto de hielo, sino de pasto, bosques, montañas y ríos. Las casas eran enormes y extremadamente ordenadas, las personas eran calmadas, calladitas y buenas para escuchar. Me miraban con ojos celestes y trataban de comunicarse a través de sonidos increíbles. ¿Dónde había llegado? A veces extrañaba mi juego de tazas y platillos – que yo, no sé por qué razón, había olvidado llevarme de mi país a mi nuevo hogar. Quería inventarme la vida nuevamente a través del juego de tazas y platillos, para así poder controlarla mejor y predecir lo que iba a pasar. Sin tener a mi juego de tazas, sabía poco sobre lo que iba a pasar en este país tan diferente. ¿Qué posición tenía yo aquí? ¿Quién era yo en este país? ¿Cómo podía vivir mi vida en este país?
Así pensaba al inicio. Aprendí algo de noruego. Entendí que eso era urgente – igual que eso de “integrarse” – aunque me tomó mucho tiempo entender el significado de esa “integración”. (No sé si lo entiendo todavía, pero hago el mejor intento para comprenderlo.) Ahora, pensándolo el día de hoy, no sé por qué me sentí tan apurada el primer tiempo en el nuevo país – porque la verdad es que no hacía practicamente nada. No tenía responsabilidad para nada. No estaba dando comida a nadie, no fui a la escuela, no limpiaba la casa (porque mi esposo tenía a una mujer de las Filipinas que lo hacía …), y no me preocupaba sobre lo que iba a comer. Pero de todas maneras me sentí tan ocupada. Usé mucha energía en entender quién era y dónde estaba. Sentí que andaba corriendo como una loca todo el tiempo, pero lo único que hacía era conocer más a mi esposo y el nuevo país.
Un día llegaron las niñas a mi vida nueva. Di a luz a dos gemelitas, igual que mi hermana. Cuando tenía agarradas a las niñas en mis brazos por primera vez, empezaron a caer las lágrimas. Era como si toda mi vida anterior corrió a través de mi: Mi papá que cerró la puerta en la cara de mi mamá desesperada; mi abuela con las llaves siempre sonando; la inseguridad que sentía al estar solita; el hambre que dolía en las tripas; la lucha para lograr hacer todo; el miedo por el día de mañana – y el mundo de fantasía al que una vez me aferraba a través de un juego de tazas y platillos comprado en un mercado escondido en las calles de Río de Janeiro. Ahora yo era la madre. Aquí estaba – sola en un país completamente nuevo – sin las mujeres cerca de mi. Aquí tenía todo, pero también me faltaba todo. Ahora tenía que ser muy fuerte, mucho más de lo que era esta vez remota cuando estaba cambiando pañales a los gemelos de mi hermana.
Pero, ¿quién podía entender estos sentimientos míos? Ahora tenía todo – pero a pesar de eso, sentí un miedo escalofriante. Y no quería ser una mamá con miedo. Quería ser una madre fuerte, cariñosa, amorosa … Pero, recordaba demasiado de mi infancia y de mi pasado … Sentía como si todo hubiese pasado anteayer. Y, ¿por qué empecé a pensar en todo esto justo ahora? Mi mamá no me había mostrado cómo tenía que ser madre, y sobre mi papá no tenía prácticamente un recuerdo. En el hospital lloré en silencio la noche entera. ¿Cómo podía contar una historia tan larga y triste que escondía en mi corazón?
Mi esposo noruego vikingo resultó ser el hombre que logró entender qué era lo que me podía sacar del socavón de tristeza. Las enfermeras en el hospital nombraron mi estado “depresión natal”. Pero ¿qué sabían ellas de madres y abuelas en las calles crudas y violentas de Río de Janerio? Todo pasó durante unos días cortos, y no tenía idea de lo que me esperaba. Voy a amar a mi esposo hasta el día de mi muerte por lo que hizo por mi en este tiempo tan difícil. No tengo palabras para expresar mi agradecimiento hacia mi vikingo rubio. Nunca voy a olvidar ese día cuando se abrió la puerta del hospital – y mi hermana y mi madre entraron en la sala … Nos abrazamos y lloramos. Gritamos en vez de hablar. Eramos como lobos de los bosques que aullaban hacia una luna llena. Era como si la fuerza originaria hablaba más fuerte que el idioma de los seres humanos. Había sido mamá de las gemelas más bellas del mundo, y las mujeres más importantes en mi vida – mi madre y mi hermana – me iban a ayudar a iniciar esta nueva etapa en mi vida.
La lucha de una madre, el cariño de una hermana – y la capacidad de ellas de mostrar amor … Todo esto llegó a tocarme en mi alma y en mis escondites secretos. A través de estas mujeres gané fuerza nueva. Pero a la vez sabía que la parte difícil de mi vida no se podía esconder ni olvidar. Cuando miro en los ojos de mi madre y mi hermana, mis ojos se llenan de lágrimas – lágrimas de amor y de nueva esperanza.