Silencio tormentoso

El monólogo del padre no se acaba nunca. María está sentada en el piso de tierra en su casucha, hecho duro por tanto pisar. La casucha está construida de cañas y barro. Detrás de la cortina medio transparente, María puede ver las siluetas de la madre y el padre. Con los brazos pequeños y las manos delgadas, María agarra firmemente sus rodillas. Aprieta la pera hacia las rodillas. Está mirando hacia un punto en el suelo. La mirada se ve vacía, pero se esconde mucho dentro de esos ojitos.

Pablito, su hermano, está parado en la puerta de la casucha. Parece ni notar que los rayos del sol ardientes están quemando sin piedad su piel delicada en la nuca y en el cuello. Pablito también mira hacia abajo, hacia la estera de cañas donde está parado. Su mirada es como hierro. Fría y ardiente a la vez. Dura. Impenetrable. Las palabras del padre se lanzan como balazos hacia ellos y las paredes débiles en la casucha. Las palabras son cada vez más fuertes. Más crueles. Más increíbles. Más locas. María para de respirar. Pablito está apretando los puños. Sus puños se hacen nudos que van a ser imposibles de abrir …

De repente se para el río de palabras. Pablito y María saben muy bien que el silencio va a durar sólo unos segundos. También saben perfectamente lo que vendrá después. Golpes. Sonidos bajos. Sonidos secos. Ninguna queja. Sólo unos gemidos leves. Aparentemente la madre cree que su silencio doloroso les da un tipo de protección. ¿Por qué no entiende ella que sería mejor lanzar gritos abiertos? Sus aullidos deberían ser escuchados por todo el pueblo y por las llanuras eternas – y alguien debería haber llegado para hacer algo. Pero la verdad es que nadie escucha nada … Nunca hay nadie que viene. Ni un conejo. Ni las vacas levantan su cabeza para parar de comer unos segundos. Todo lo que vive en sus alrededores, se esconde detrás de su escudo. Pablito y María también se esconden. Por lo menos por el momento.

Después de un rato, se paran los golpes – y otros sonidos se hacen vigentes. Escuchan que su mamá se está levantando con dificultades. Sus pies se arrastran en el piso. Su respiración es como el jadeo de una culebra rabiosa que busca su camino en el pasto seco, protegiendo su terreno contra todo tipo de intruso. Se podría imaginar que dentro de su mamita estaba habitando una serpiente venenosa …

Con un movimiento brusco el padre tira una pala vieja y oxidada en el suelo afuera de la casucha. Un sonido fuerte y penetrante se extiende en el vecindario. Antes de que el sonido se ha desvanecido, el padre ha salido por la puerta trasera. Probablemente va a estar afuera dos o tres días ahora – y cuando regresa, va a estar en una de estas borracheras casi mortales.

La madre ahora está en el patio. Sin lavarse, sin mirarse en ningún espejo, sin limpiar ninguna herida, camina hacia el pequeño jardín de hierbas. Las gallinas cacarean hacia el cielo azul. Caminan contra sus pies y chocan con ella con sus picos y sus plumas, pero ella no se da cuenta de nada. Ahora se encuentra en el camino que culebrea entre todas las casitas y las casuchas. María se muerde el labio de abajo. ¿A dónde va a caminar su madre? ¿Por dónde ha pensado ir? ¿Está pensando dejarlos así no más?

María se queda sentada afuera de la casucha sin mover el cuerpo. Está tiesa. Dura. El miedo salta en su interior como una liebre escapándose de la escopeta. Si la madre los deja, ella y Pablito se quedan totalmente solos en el mundo. El tigre va a salir de la jaula de verdad. Pero si la madre se queda con ellos, también todo puede terminar. Absolutamente todo. Están todos atrapados. Hasta el padre está preso. Está encarcelado de su propia rabia. A lo mejor un día la rabia del padre va a flotar e inundar la casa completamente. Las heridas entonces van a ser demasiado profundas. Van a ser heridas sin curación. Ahora la madre es nada más que un punto negro en la llanura seca, quemada por el sol ardiente. La neblina calurosa y húmeda hace que el punto parece ser nada más que una mosca zumbando, un mosquito insignificante. María lo siente como si ya no puede sentir su propio cuerpo. Está entumecida de horror. Pasmada. ¿La madre va a estar lejos para siempre? ¿Va a desaparecer de su vida así, como un insecto volando hacia los cielos?

Los ojos de María son como blancos grandes. Esconde su cara en sus manos. Así se queda. Quiere construir una muralla. Quiere que nada más va a existir nunca jamás. Quiere desvanecerse – como la neblina que se mezcla con el mar y se hunde para siempre … Quiere disolverse en algo. Así está María, tan hundida en sus pensamientos tristes que ni se dio cuenta cuando sonaron los pasos de su madre cerca de las hierbas. No logró entender en qué momento se había dado vuelta en la carretera infinita – y cuándo había regresado a la casucha. Tampoco sabe en qué momento fue que la madre la tomó en brazos y empezó a darle cariños. Pero después de un rato, al final se da cuenta: el calor de la madre se le está rozando como olas calentitas y agradables …

La respiración de la madre le sopla vida nueva. La transpiración de la piel de su mamita hace que la sangre empieze a correr nuevamente en sus venas. Siente que el corazón está palpitando fuertemente en el pecho de su madre. Está viva. Están vivas. Ahora el padre va a estar ausente algunos días. La madre puede limpiar sus heridas. Pueden estar sin interrupciones debajo de las palmeras de la casucha y dejar que el día se hace noche. El cielo puede vestirse con los colores rosado, naranja y lila mientras admiran el milagro de la naturaleza. Juntos pueden tratar de pensar en los tiempos cuando el hombre de la casa no era un tigre. Pueden tratar de recordar que este hombre también tiene sus historias secretas y sus propias heridas a lamer.

No hay otros lugares que este. No hay otros sitios donde uno puede ir. Pablito también sabe esto. Sus puños todavía están apretados y su cuerpecito está tieso. Él por su lado piensa: Un día

El horizonte que descansa sobre las llanuras es muy vago.

Nadie sabe cuándo los bramidos del animal salvaje nuevamente van a estallar y romper el silencio tormentoso.

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